12 de abril de 2015

Respiro, respiro, respiro.

   A veces (no sé ni si siempre o si muy de vez en cuando, pero sí se que hoy sí), me agarra un nudazo en el pecho-garganta que intento ignorar hasta que no me dan las fuerzas. Es un puño que me estruja el esofagofaringelaringetráquea y esos nombres que si me aprendí alguna vez fue porque tenían musiquita en ese orden. Y el puño los tiene todos agarrados, hechos una pelota de lanitas (un ovillo, animal), y me aprieta y el aire se pone como loco porque no sale por ningún lado. Hoy me pasó en la cena y mientras leía... Mientras hacía que cenaba y hacía que comía, porque la tarea de intentar respirar me limitaba a fingir las otras acciones enumeradas. La cosa es que tuve que dejar de mentirme y frenar la lectura en un lugar donde nunca la hubiera dejado (tengo la obsesión de parar en lugares cómodos, tipo final de capítulo o, en su defecto, párrafo).
   Respiré. La verdad que siempre me cuesta respirar, respiro mal 360 días del año sobre 364. Qué dificil respirar, eh. Llenarse para después vaciarse. Dejar entrar para después soltar. Y, a pesar de que seguí respirando mal porque estoy re resfri, el solo pensar en lo que implica la acción me hizo tranquilizarme un poco, porque por no soltar yo, tampoco me soltaba el puño. 
   

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